Relatos de Maestros

La Historia del Maestro Itosu Yasutsune

Posteado por en mayo 29, 2014 en relatos de maestros | 0 comentarios

Nacido en Shuri no tobaru en el año 1830, Itosu Yasutsune alcanzó, a los 85 años de edad, el sueño de todos los káratekas – el fue MEIJIN. Ser «meijin» significa que alguien ha llevado su arte hasta límites fuera de las fronteras del poder físico normal. Solo se puede llegar a ser «meijin» después de muchos años de dolorosa disciplina e infinita paciencia. Comenzó su largo viaje hasta ese estado de última perfección desde muy temprana edad. Cuando tenía siete años, su padre, un reconocido samurai, comenzó su entrenamiento con sistemas «pedagógicos» que actualmente nos pondría los pelos de punta, pero que en aquellos tiempos eran considerados «de buena educación»… Parece ser, que su padre le ataba con un cinturón (obi) a una estaca clavada al suelo dejándole dos palmos de cuerda libre para que pudiera moverse alrededor de esta. Después, comenzaba a «fajarle» y golpearle. El niño intentaba parar y coger el palo con sus manos como podía, y al no tener éxito, daba vueltas hasta quedar amarrado al palo. El padre no paraba los empellones, sino que continuaba con sus ataques hasta que el niño impotente, comenzaba a llorar. Esto no activaba la compasión del padre, sino todo lo contrario, continuaba en las ofensas. Solo cuando el niño, en su desesperación, comenzaba a enfrentarse a su padre, este paraba los asaltos. El padre de Itosu continuó con este proceso todos los días hasta que estuvo satisfecho de los resultados, los cuales no eran otros que desarrollar lo que el denominaba «el espíritu del luchador». En aquella época, eran admitidos estos entrenamientos salvajes y el propio padre lo describe así: «Esta es una forma rigurosa y dura ,sin duda, pero el ambiente en el que el niño se desarrollará es un entorno duro y riguroso. El niño deberá entrenarse así hasta llegar a ser un hombre orgulloso, un luchador digno hijo de un padre samurai». En el año 1846, cuando era Sho Iku el rey de Okinawa, el joven Itosu acompañó a su padre a visitar al Maestro Matsumura, que entones tenía 54 años. Después de los saludos formales, el padre de Itosu solicitó a Matsumura que acogiera a su hijo como deshi (alumno). Matsumura miró al joven adolescente, frunció el ceño, y dijo: «Pareces delgado a primera vista, yo diría que las Artes Marciales no son para ti. Pero hay algo en tu mirada que me gusta. Recuerda siempre esto: la actitud es importante, el camino es difícil y se requiere una enorme cantidad de esfuerzo para practicar Artes Marciales». Después, Itosu asintió con la cabeza y permaneció un buen rato mirando fijamente al maestro. Las clases empezaron al día siguiente. Desde el principio, Itosu no perdió ningún día de entrenamiento. No había descanso. Matsumura regañó, atormentó, dirigió, fue brusco, castigó y demandó total e incondicional sumisión y obediencia y pronto el niño de 16 años se transformó en un hombre de 24. Su cuerpo se desarrollo completamente llegando a ser el hombre más alto de Shuri. Poseía un mentón redondo como un barril de cerveza. Si no fuera por su enorme bigote, tendría el aspecto de un «buen niño». El carácter reivindicativo y orgulloso del pueblo okinawense tendría en el su mejor adalid contra el imperialismo japonés. Sho Tai era entonces el rey de Okinawa....

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Los cuatro demonios

Posteado por en mayo 29, 2014 en relatos de maestros | 0 comentarios

Después de que Matsumura recibiera el honorable titulo de BUSSHI , sucedió un acontecimiento que acrecentó todavía más la reputación misteriosa del maestro. Nosolamente el bushi tenía fama de ser el más grande experto en Artes Marciales sino que, en los aspectos sicológicos, también dominó grandes y misteriosos poderes. Sucedió, que un día Sokon Matsumura, que era un gran fumador de pipa, decidió ir a visitar al mejor grabador de la ciudad para hacer una talla simbólica en el cuenco de su mejor cachimba de marfil. El particular artesano era también un afamado artista marcial muy conocido por todos en el vecindario. El hombre se consideraba como el mejor karateka de la ciudad y estaba convencido que podría enfrentarse a cualquier experto. Se llamaba Uehara y no pertenecía a ninguna escuela reconocida. Hasta entonces, ésta circunstancia, había sido una gran ventaja para él, pues no tenía que dar explicaciones a ningún sensei que le recriminara su excesiva beligerancia o petulancia. En el siglo XVIII los retos eran tan aceptados y comunes como lo pudiera ser en la actualidad cualquier campeonato deportivo. Por aquel entonces las pasiones lúdicas se resolvían, no corriendo detrás de un balón sino a golpes. Uehara, tenía 40 años de edad que mostraba con gran pavoneo y engreimiento pues se encontraba en el mejor momento de su vida. La fuerza y habilidades que dominaba, eran excepcionales. Le apodaban Karate-No-Uehara, lo cual significaba que su reputación como peleador era grande pues, en aquella época, sólo se añadía la palabra Karate delante del nombre cuando la persona había hecho suficientes meritos en la lucha. Efectivamente, hasta entonces había vencido a todos sus contrincantes en los combates que realizó durante sus frecuentes viajes que, por motivos profesionales, se veía obligado a realizar a otras comarcas de okinawa. Miró a Matsumura cuando entró a su tienda y permaneció durante unos momentos observando a aquel hombre que aparentaba bastante menos edad que él y que era más alto que la mayoría de los okinawenses que el había conocido hasta entonces. Matsumura medía 1.80 metros que para los isleños de la época era como un gigante. «¿Tu eres Matsumura sensei?», preguntó el artesano sin prestar atención a la solicitud del trabajo artesanal que aquel hombre más joven que él pedía. «Si», contestó tranquilamente Matsumura. «Me tienes que hacer un favor primero», continuó Uehara, sin mostrar respeto. «No te preocupes por la pipa, esta perfecta como es. Me pregunto si me darías un gran placer que llevo esperando mucho tiempo: quiero una lección de ti, Matsumura». El bushi ya estaba alertado del carácter del grabador antes de entrar a la tienda y no quería problemas, ¡sólo venía a grabar una pipa! El se excusó cortésmente declinando la proposición, pero Uehara persistió. «No eres el instructor en las Artes Marciales del rey?», preguntó. «¿No me digas que tienes miedo de darme algunas lecciones?» «Sí, soy en instructor del rey. Yo le doy clases a él y a nadie más. Es por esta razón que yo no puedo darte clases a ti». Uehara, le miró con desdén mientras pensaba que en realidad Matsumura estaba impresionado por él y este quería evitar a toda costa quedar en evidencia. Entonces envalentonado se atrevió a decir,» Haz una excepción por esta vez, sensei y acepta formalmente mi reto»....

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Bushi Matsumura y el Toro

Posteado por en mayo 29, 2014 en relatos de maestros | 0 comentarios

BUSHI MATSUMURA Y EL TORO Durante los años siguientes desde que el Maestro Karate-Skugawa le nombrara su sucesor de por vida ( Menkyo-kaiden), Matsumura se distinguió por numerosos servicios al rey de Okinawa que por entonces era Sho-kon. Su valor y acciones heroicas hicieron que la buena fama y reputación de Matsumura llegara a todos los rincones de las islas en muy poco tiempo. También se hablaba de él en la China y en el propio Tokio, donde se mantenía «secuestrada » por motivos políticos a la familia real. Matsumura era un héroe nacional reconocido por todos, un valor a tener en cuenta que contribuía grandemente a la integración del orgullo nacional, tan necesario en esos tiempos de control Chino y sumisión al Japón. En ese estado de circunstancias sociales, el rey decidió nombrarle BUSHI, que era por entonces el más alto título oficial que se concedía. Era llamarle SAMURAI para el resto de su vida. La palabra BU significa guerra, SHI significa «hombre cultivado», es decir, el concepto que por entonces se tenía de un samurai: un guerrero culto al servicio del rey por el que podía dar su vida sin dudar un instante. En la vieja Europa, el equivalente sería: el caballero medieval al servicio de su rey. Clase social que en el siglo XVIII ya había desaparecido hacía mucho tiempo. Levantemos la alfombra del tiempo y veamos cómo sucedieron todas estas peripecias. Cuando corría el año 1840, estando Matsumura en la plenitud de su juventud con treinta años de edad, un incidente que pasó a la historia como un modelo de astucia demostró, que ser pícaro es mejor que ser fuerte. Esta historia valió para que, posteriormente muchos guerreros salvaran su vida cuando se enfrentaban por impulsos sin importancia; en esos tiempos con muy poca ley y muchos abusos sociales, los retos a muerte por motivos intrascendentes eran muy frecuentes. Matsumura era un maestro en la utilización de las artimañas de la guerra y dejó una gran escuela como veremos a continuación. El rey Sho-kon era un mandatario que no podía controlar las intrigas de palacio – la corrupción corría a manos llenas como el dinero que se repartían las clases altas – Un pequeño grupo de subordinados bien relacionados entre ellos, consiguieron que un bienintencionado rey acabara teniendo una pobre voluntad de mando. Se subieron los impuestos, lo cual produjo en el pueblo una gran cólera contra sus mandatarios y para minimizar esta circunstancia y evitar tumultos populares, el rey Sho-kon inventó un festival que tuvo una gran repercusión en todo el país: un festival de toros y de artes marciales juntos. Este festival, con el paso tiempo, se transformó en uno de los acontecimientos más importantes de Okinawa durante muchos años el cual todavía perdura en nuestros días. Uno de esos años, el rey recibió como regalo por parte del Emperador de la China un enorme toro. Astutamente, pensó que si enfrentaba a este toro contra el mejor artista marcial okinawense, el pueblo se sentiría muy satisfecho por este hecho y olvidaría la reciente subida de impuestos. ( Por cierto que esto no era nada nuevo, puesto que desde la era de los romanos, con Trajano construyendo circos, hasta el Barça – Real Madrid actual con su Zidane, siempre se ha hipnotizado al pueblo...

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Y, Matsumura visitó a Sakugawa

Posteado por en mayo 29, 2014 en relatos de maestros | 0 comentarios

Había pasado poco tiempo desde que Napoleón Bonaparte controlara la garganta de Europa con la potencia de sus cañones, cuando el señor Sofuku Matsumura hacía gestiones para introducir a su hijo Sokon en el mundo de las Artes Marciales. Eligió para ello, al Maestro más reconocido en aquellos tiempos, un anciano de 78 años cuya reputación estaba fuera de toda duda. Después de un largo viaje por los caminos polvorientos e infestados de peligros de la Okinawa feudal del siglo diecisiete, llegó por fin, después de pasar por varios controles policiales Chinos, a la ciudad de Naha. No tuvo problemas para encontrar la casa del Maestro, pues todo el mundo le conocía, no solamente por su fama como Artista Marcial sino por ser Magistrado. Allí se encontraban padre e hijo delante de un venerable anciano, que más parecía un poeta que un aguerrido luchador. Las referencias que presentaba Sofuku eran buenas, de otra manera hubiera sido muy difícil ser recibido por el Maestro; él, era un celoso protector de las formalidades sociales. «Déjame ver al muchacho», carraspeó el Maestro mientras hacia extraños movimientos con el cuerpo. «Sokon,» le dijo con voz firme, «empezar las Artes Marciales significa iniciar una nueva vida. Pronto te darás cuenta de que tu carácter y tu personalidad son más importantes que la habilidad o la fuerza física. ¿Crees que te podrás entregar con diligencia obedeciendo a todo lo que se te diga sin una palabra en contra?». La precisión de la mirada del Maestro, lo directo de su voz y el ambiente solemne hicieron sentir al joven adolescente temprano, como si se estuviera encogiendo. Cuando acabó de hablar aquel anciano, Sokon miró a su alrededor como para ver si tenía autorización para hablar. Todos los presentes le miraban fijamente esperando no solo una contestación, sino en que forma y actitud la expresaba. Esta situación, ya se había producido anteriormente en la casa y, debido a la poca determinación en las respuestas de los candidatos, el maestro los había rechazado. El joven, inspiró lentamente, dejó salir el aire por si solo y, contestó por fin: «No le defraudaré». Este fue el primer paso que dio Matsumura en el camino que le llevaría hacia la fama y le colocaría al lado de los inmortales del Karate. Este momento tan significante sería la semilla que germinando en el tiempo produciría maestros como Itosu, Chinen, Tawata, Yasuzato y Arakaki, los cuales sistematizarían el karate para acabar denominándose Shuri-te y Sho-Rin-Ryu. Anteriormente a estos acontecimientos, el karate no se enseñaba como lo fue desde entonces hasta nuestros días. Incluso el nombre era diferente, se llamaba kara-te o to-de que quería decir «mano de espiga», posiblemente debido al echo de que era practicado solamente por los campesinos que tenían prohibido por el clan de los Satsura Japoneses el uso de armas. Anteriormente a la «reforma» de Matsumura, los diferentes estilos de Kara-te, recibían el nombre de los maestros que los enseñaban pero sin ninguna unidad haciendo cada uno su propia interpretación del arte. Matsumura, sin embargo, llamó a su estilo Sho-Rin-Ryu, traducido como «el estilo del bosque joven». Este estilo no debe confundirse con el antiguo arte Okinawense, el cual todavía se sigue practicando en las islas y que recibe el nombre mismo nombre de «Sho-Rin-Ryu» pero con una genealogía...

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Karate Sakugawa

Posteado por en mayo 29, 2014 en relatos de maestros | 0 comentarios

Karate Sakugawa El arte del karate como es conocido actualmente, se debe a un hombre nacido en el siglo XVIII llamado Sakugawa. Dejó una amplia estela de conocimientos, entre los que destacan: el dojo kun, o reglas éticas que se siguen en los gimnasios de Artes Marciales, la kata Kusanku, la kata de bo Sakugawa bo kata y el sistema general de entrenamiento que conocemos hoy en día. Nació en Shuri, Okinawa, el 5 de marzo de 1733 y murió el 17 de agosto de 1815. Cuando tenía 17 años, sucedió un acontecimiento que marcó toda su vida. Un mal día, su padre fue llevado a casa por varias personas. Había sufrido una paliza y después los agresores le obligaron a beber alcohol hasta el límite que no podía resistir ningún ser humano. Esta agresión se produjo por una venganza: El padre no bebía alcohol hasta emborracharse, cosa poco común en una época donde los campesinos oprimidos por la policía imperial japonesa tenían en esta actividad etílica un medio para expresarse desinhibidamente. Éste motivo fue suficiente para provocar un altercado que acabó con la vida del desafortunado padre de Sakugawa. En el lecho de muerte, lo mandó llamar, » Hijo, mírame bien. Quiero que me prometas una cosa. Aprende a defenderte y no vivas como tu padre, siempre sometido al capricho de los más fuertes. Debes aprender artes marciales, no vivas humillado como yo. No permitas que abusen de ti ni te hagan sentir ridículo hombres de esa calaña, que cobardemente atacan en manada como perros salvajes». Después de enterrar a su padre, Sakugawa buscó un artista marcial que pudiera complacer el último deseo de su progenitor, y al cabo de un tiempo oyó hablar de un monje llamado Takahara Peichin. El título Peichin, añadido detrás de su apellido, era una garantía, pues representaba un honor que el rey otorgaba por servicios distinguidos. El monje vivía en un pueblo cercano al suyo, Akata, lo cual era muy conveniente. Visitó a Takahara y le explicó su misión. El monje le escuchó detenidamente y le dio la primera instrucción: «Las Artes Marciales son un estudio para toda la vida. No es un capricho de meses o años. Es para siempre. Tiene unas bases filosóficas muy profundas centradas en estos principios: Do, un camino de vida, una forma de vivir. Ho, la ley, las reglas estrictas para realizar una kata. Katsu, el uso real de las katas en luchas reales.» Esta introducción impresionó tanto a Sakugawa que no solo se inició en el entrenamiento en cuerpo y alma, sino que lo continuó durante el resto de su vida. Mientras los años pasaban rápidamente, Sakugawa, se desarrolló como uno de los mejores alumnos bajo la disciplina de Takahara. El sistema de lucha que aprendió se llamaba To-De, el cual era una derivación del Kempo chino. Sin embargo, le faltaba mucho por aprender. El entrenamiento correcto y la ética aprendida durante tantos años fueron puestas a prueba aquel día cuando el joven Sakugawa decidiera visitar el alegre barrio de Nakashima-Yukaku. Tenía por entonces la fuerza y la poca prudencia de los 23 años. Este arrabal era famoso por tener calles muy licenciosas, en las que la «alegría» corría por las calles sin mucho control policial. Era el sitio ideal para ir a divertirse de...

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De cuando la calma y la humildad se llamaron Yara

Posteado por en mayo 29, 2014 en relatos de maestros | 0 comentarios

Era un día cualquiera del mes de noviembre en los inicios del siglo XVIII. En el otro lado del planeta, filósofos occidentales, como sir Francis Bacon en Inglaterra o René Descartes en Francia, desarrollaban las bases del pensamiento moderno que desde entonces llamamos «la Era de la Luz». Inglaterra inauguraba un gobierno parlamentario y el resto de Europa se consumía en peleas coloniales. Mientras todos estos acontecimientos se desarrollaban allende los mares, aquel joven se encontraba subido en lo alto de la colina que dominaba el puerto de Fukien, China, y solo se preocupaba en sentir la brisa del viento que le soplaba en la cara y el ruido que la corriente de aire producía en sus oídos. Su pensamiento se hallaba más lejos que la línea del horizonte, soñaba en las islas del archipiélago de Ryukyu, allí por donde, entre la bruma, el sol se pone al atardecer. La melancolía que su cara expresaba y la lasitud de su cuerpo, no se correspondían con la fuerza y el aspecto físico que aquel joven poseía. «Tienes añoranza,» le dijo el viejo que estaba sentado detrás de él, mientras observaba su estado anímico. «No te preocupes, mi querido y alumno», continuo, «pronto estarás en casa». El joven volvió la cara y miro al anciano con expresión de sumisión. Hacía 20 años desde que abandonó su pueblo en Okinawa y había permanecido en China durante todo ese tiempo, para aprender las artes marciales con aquel venerable abuelo que le aceptó como discípulo. Ahora era el guardián transmisor de las técnicas secretas que la familia del anciano maestro atesoró durante siglos. «Me pregunto si las cosas seguirán igual en mi pueblo cuando regrese», dijo Yara, que así se llamaba el joven. «Todos los fenómenos son impermanentes», según Buda. Lo viejo se va y lo joven se volverá viejo», sentenció el octogenario. Yara, cuando era un niño de tan solo 12 años de edad, fue llevado por sus padres a China para que se instruyera en el arte de la lucha bajo la disciplina del Maestro Wong. Ser artista marcial estaba muy bien considerado socialmente por aquellos años, sólo los nobles tenían acceso a ellas y por este motivo si un campesino como él lograba el grado de maestro, no sólo era un gran prestigio personal, sino que toda su familia también gozaría de esa reputación. Apenas recordaba nada de Chatan, su pueblo natal. No podía imaginarse que con el transcurso de los años acabarían llamándole Yara Chatan, y que su nombre sería más recordado que el de su propio pueblo. De niño, encontró muchas dificultades de adaptación lejos de su casa, pues las costumbre en el área de Fuchou, donde vivía, eran muy diferentes a las de Okinawa. Tenía el triple cometido de aprender la difícil lengua nativa, las costumbres locales y el laberinto de las artes marciales. Lo último era probablemente lo más difícil, debido a que las formas disciplinarias chinas eran totalmente diferentes a las okinawenses que, en aquel entonces, eran unas islas sometidas militarmente por China y mantenidas en la ignorancia. En Okinawa siempre estaba en contacto con el viento, el mar y los tifones que rugían desde el mar de la China. La naturaleza era su absoluta maestra, y la única escuela a la que asistían los niños...

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