Bushi Matsumura y el Toro

Posted by on mayo 29, 2014

BUSHI MATSUMURA Y EL TORO

Durante los años siguientes desde que el Maestro Karate-Skugawa le nombrara su sucesor de por vida ( Menkyo-kaiden), Matsumura se distinguió por numerosos servicios al rey de Okinawa que por entonces era Sho-kon. Su valor y acciones heroicas hicieron que la buena fama y reputación de Matsumura llegara a todos los rincones de las islas en muy poco tiempo. También se hablaba de él en la China y en el propio Tokio, donde se mantenía «secuestrada » por motivos políticos a la familia real. Matsumura era un héroe nacional reconocido por todos, un valor a tener en cuenta que contribuía grandemente a la integración del orgullo nacional, tan necesario en esos tiempos de control Chino y sumisión al Japón.

En ese estado de circunstancias sociales, el rey decidió nombrarle BUSHI, que era por entonces el más alto título oficial que se concedía. Era llamarle SAMURAI para el resto de su vida. La palabra BU significa guerra, SHI significa «hombre cultivado», es decir, el concepto que por entonces se tenía de un samurai: un guerrero culto al servicio del rey por el que podía dar su vida sin dudar un instante. En la vieja Europa, el equivalente sería: el caballero medieval al servicio de su rey. Clase social que en el siglo XVIII ya había desaparecido hacía mucho tiempo. Levantemos la alfombra del tiempo y veamos cómo sucedieron todas estas peripecias.

Cuando corría el año 1840, estando Matsumura en la plenitud de su juventud con treinta años de edad, un incidente que pasó a la historia como un modelo de astucia demostró, que ser pícaro es mejor que ser fuerte. Esta historia valió para que, posteriormente muchos guerreros salvaran su vida cuando se enfrentaban por impulsos sin importancia; en esos tiempos con muy poca ley y muchos abusos sociales, los retos a muerte por motivos intrascendentes eran muy frecuentes. Matsumura era un maestro en la utilización de las artimañas de la guerra y dejó una gran escuela como veremos a continuación.
El rey Sho-kon era un mandatario que no podía controlar las intrigas de palacio – la corrupción corría a manos llenas como el dinero que se repartían las clases altas – Un pequeño grupo de subordinados bien relacionados entre ellos, consiguieron que un bienintencionado rey acabara teniendo una pobre voluntad de mando.

Se subieron los impuestos, lo cual produjo en el pueblo una gran cólera contra sus mandatarios y para minimizar esta circunstancia y evitar tumultos populares, el rey Sho-kon inventó un festival que tuvo una gran repercusión en todo el país: un festival de toros y de artes marciales juntos. Este festival, con el paso tiempo, se transformó en uno de los acontecimientos más importantes de Okinawa durante muchos años el cual todavía perdura en nuestros días.
Uno de esos años, el rey recibió como regalo por parte del Emperador de la China un enorme toro. Astutamente, pensó que si enfrentaba a este toro contra el mejor artista marcial okinawense, el pueblo se sentiría muy satisfecho por este hecho y olvidaría la reciente subida de impuestos.

( Por cierto que esto no era nada nuevo, puesto que desde la era de los romanos, con Trajano construyendo circos, hasta el Barça – Real Madrid actual con su Zidane, siempre se ha hipnotizado al pueblo con lo mismo, – la sagaz técnica del despiste…,con perdón.) Continuemos.
La propaganda del combate recorrió todas las islas creando una gran excitación. La gente olvidó sus problemas y discutían acaloradamente haciendo apuestas sobre quién ganaría; Matsumura o el toro chino. El enfrentamiento se celebraría en el barrio de Aizo-Shuri. Y aunque muchos no lo creáis, esto es rigurosamente histórico.

Aún a pesar del decreto real, Matsumura decidió no correr riesgos. Era un hombre muy astuto y no estaba dispuesto a perder la vida si era posible. El «decreto» impuesto por el rey , le colocaba en una posición extremadamente arriesgada. No podía decir que no a un rey y a toda una población que creía en él como un ser omnipotente. Los ídolos, para aquellos campesinos y pescadores analfabetos, eran los únicos motivos para sentirse orgullosos de ser okinawenses. Ideó entonces un plan que salvaría el honor del rey, la dignidad del pueblo okinawense , la suya propia y ¡su vida!

Un día se dirigió secretamente al lugar del palacio donde se encontraban los establos reales y , silenciosamente, tomó el camino hacia a la casa del guarda.

El hombre quedó sin palabras cuando vio a Matsumura entrar por la puerta de su choza . Tuvo que agachar la cabeza, pues casi no cabía por la altura y el ancho de sus hombros. Aquel humilde hombre consideraba a Matsumura como a un dios vivo. No se atrevía a mirarle a los ojos, su respiración se entrecortaba y su boca permanecía abierta por el pasmo.

«¿Puedo ver el toro?», preguntó Matsumura, haciendo un gesto con la mano para que el hombre se relajara.

«Cualquier cosa que usted pida», respondió torpemente el guarda de los establos mostrando una actitud de total sumisión igual a la que expresaría si del propio rey se tratara y, comenzó a andar con pasos rápidos y cortos hacia las cuadras.

Una vez dentro del recinto, Matsumura le dijo solemnemente: «Necesito meditar al lado del animal. Podría dejarme solo con él, y por favor, no mencione a nadie que he venido pues esto me alteraría mucho». Dicho esto, el hombre se retiró, cerró la puerta y esperó fuera vigilando que nadie molestara el silencio del Maestro.

Este proceso se repitió durante unos cuantos días seguidos hasta que Matsumura estuvo plenamente satisfecho de su misteriosa meditación.

El gran día llegó, la gente llenó el recinto completamente. Venían de todas las islas e incluso de China y de Japón. El aire estaba lleno de satisfacción, incertidumbre y felicidad. Los okinawenses, grandes apostadores por tradición, jugaron fuertes cantidades de dinero a favor de Matsumura mientras que los japoneses y los chinos, naturalmente, en contra. ¡Quién podría vencer a un enorme toro chino!

El propio rey, en el palco de honor no cabía de satisfacción en su sillón. Por fin, apareció el toro trotando y resoplando con fuerza. Levantó no solo una gran polvareda de arena sino a todos los espectadores de sus asientos. Era realmente el toro más magnífico que se había visto hasta entonces. Impresionante. Se vio como el rey fruncía el ceño. Seguramente pensó; que ningún ser humano podría vencer a aquel enorme animal ;que si era vencido Matsumura quedaría en el peor de los ridículos y lo peor; que el pueblo recordaría la odiosa subida de impuestos y ; mucho peor aún, ¡perderían el dinero de las apuestas! ¿Cómo quedaría el orgullo nacional okinawense? Estaba seguro que no saldría vivo de esa plaza. El sudor corría profusamente haciendo que su cara brillara como una máscara de hielo.

Sí. El rey Sho-kon, tenía razones para estar preocupado.

Cuando Matsumura salió a la arena, un denso silencio cubrió el lugar. Allí estaba aquel hombre vestido con la armadura ceremonial de samurai caminando lentamente hacia el centro del recinto. Su hermosa armadura hecha de trenzado de oro y paja brillaba al sol esplendorosa. La sombra que proyectaba sobre su rostro el enorme casco alado guerrero, era iluminada por los centelleos que su coraza negra reflejaba. Matsumura más parecía un demonio que un hombre. No llevaba tampoco arma alguna, lo cual desconcertó todavía más al aterrorizado público.»¿Cómo podría Matsumura entablar pelea contra una bestia tan imponente solo con las manos vacías?» se preguntaba la gente.

El toro descubrió al su enemigo parado en el centro de la arena. Resopló. Escarbó con las patas delanteras, como preparándose para realizar su definitiva y mortal embestida, y derrepente inició una carrera frenética lanzando su imponente fuerza bruta hacia la indefensa víctima.

La potencia del animal contrastaba con la sutil prestancia del guerrero que impávido le esperaba de frente.

Ojos abiertos, muecas de espanto, manos tapando las orejas, gritos de angustia, todo tipo de manifestaciones de horror se produjeron allí en esos dramáticos segundos.

Entonces Matsumura, impasible, levantó un dedo apuntando hacia el animal y éste… ¡FRENÓ EN SECO!, e hincando los cuernos en el suelo, dio una voltereta sobre su cuerpo y cayó sobre la arena produciendo un estruendoso sonido seco, como cuando una roca cae sobre la superficie hueca de un volcán apagado.

La polvareda ocultó durante unos larguísimos instantes a ambos. Nadie podía ver qué había pasado. La gente apretaba los dientes y se agarraban crispadamente unos a otros mientras la densa nube de polvo se disipaba lentamente y aquellas dos sombras de color ocre recuperaban su aspecto original.

Matsumura no hizo ningún otro movimiento. Mantuvo su gesto estatuario, mientras el toro se levantaba torpemente de entre la espesura del polvo y salía huyendo al trote en dirección contraria.

El publico estalló en un griterío ensordecedor. Nadie había jamás visto u oído un lance semejante. El rey no podía hablar. ¿Cómo pudo ese hombre, sin tocar siquiera al toro, vencerle de esa manera tan limpia? La consternación y la alegría eran infinitas, la gente lloraba y se abrazaban unos a otros felicitándose por lo que acaban de ver. Sabían que algo así no lo volverían a ver nunca más.

Cuando por fin, el rey pudo recuperar el habla, después de secarse el sudor y beber un vaso de agua, anunció a la multitud : » Hoy, Matsumura es nombrado por decreto real » bushi», en reconocimiento por sus extraordinarias habilidades en las Artes Marciales».

Desde entonces, Sokon Matsumura llevo el nombre y título real de BUSHI y entró en la historia como un dios de las Artes Marciales, o…más bien como un demonio.
¿Qué había sucedido en aquel misterioso establo cuando Matsumura meditaba delante del toro? Os estaréis preguntando.

Este misterio solo fue descubierto una vez fallecido el Bushi, cuando se descubrieron las notas que había guardado celosamente durante toda su vida.

Cuando el guarda hubo marchado. Matsomura ató bien fuerte al animal para que no pudiera moverse lo más mínimo. Entonces sacó un largo estilete con una afilada y peligrosa punta y dirigiendo ésta con el brazo extendido, la hincó repetidamente en el morro del toro. Esta operación la repitió todas las veces que visitó el establo para hacer «meditación» y así creó un reflejo condicionado de pavor en el toro hacia él. El resultado de este entrenamiento no pudo ser más eficaz. Con solo extender un brazo el toro creía que le iban a pinchar en su zona más sensible y entraba en pánico. Por suerte eso sucedió exactamente así.

El rey recuperó su honor; el pueblo okinawense su orgullo patrio; los campesinos ganaron dinero en las apuestas contra los extranjeros; Matsumura no murió en un lance absurdo y fue condecorado como Bushi. El misterio de la frase que repetía frecuentemente el maestro durante su vida se resolvió por fin, «LA ASTUCIA ES MÁS FUERTE QUE LA FUERZA BRUTA».

 

Fuente: Gimasio Zen – España
(http://personal.telefonica.terra.es/web/gimnasiozen/index.htm)

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